segunda-feira, 21 de março de 2011

Magdalena Sánchez, prevenida

Porque el amor cuando no muere mata
Porque amores que matan nunca mueren
(Joaquín Sabina)



A Alejandro García, Magdalena le conocía de niña, y nadie se sorprendió cuando a los 18 años se hicieron novios. Tampoco ella se sorprendió cuando a los 20 él la dejó, ya que nunca había creído en el “hasta que la muerte los separe”. Pero igual eso fue demasiado doloroso para ella. Aunque Buenos Aires era una ciudad grande, siempre iban a los mismos sitios, conocían las mismas personas, así que era inevitable encontrarse, incluso en los momentos más indeseables. A Magdalena no acababa de dolerle el corazón, en llantos por el día y llamadas inconvenientes por la noche. Temblaba al ver que Alejandro se interesaba por otras, y peor fue cuando él se interesó por una única chica (y más de lo que jamás se había interesado por Magdalena, de eso estaba segura).
Magdalena recuerda el día exacto en el que dejó de sufrir por su ex novio. Empezaba otro año en la facultad de comunicación social de la UBA y, en una de esas noches con los amigos, conoció a Martín Suárez, de quien se enamoró enseguida. Pasaron más de 3 años juntos - bastante juntos, verdad - y entre otras cosas les encantaba viajar.
De todos sus viajes en pareja, seguro que no fue el mejor el que decidieron hacer a Colonia del Sacramento por un fin de semana a principios de la primavera. El sábado se despertaron en el apartamento alquilado de Martín cerca del Parque del Centenario y apenas se prepararon un mate antes de salir a tomar el ferryboat. Mientras tanto ya empezaban a pelearse por cualquier cosa, y sus pasos por Colonia convirtieron las coloridas callecitas de piedra en un verdadero infierno.
El domingo por la noche, Martín volvió sólo a su apartamento. Ya había enfriado afuera y llovía un poco. Él estaba de mal humor y sin fuerzas para nada. Se metió en la cama sin darse cuenta del gas que llenaba la casa, infeliz resultado de un descuido mientras calentaba agua para el mate el día anterior. Dicen que murió durmiéndose.
Por supuesto que Magdalena se encontraba inconsolable en el funeral. Por la noche, sin embargo, empezó a enumerar algunas ventajas de aquel accidente que tanto le había chocado. Al final, razonó que estaba bien que no tuviese que pasarlo todo una vez más, el dolor, la crisis, las dudas, las recaídas, los celos, la culpa, la rabia.
Así que no tuvo dudas en cuanto a Pablo Perreti. Pablo era un fotógrafo freelancer, y le conoció a Magdalena por la agencia de publicidad en la que ella trabajaba. Estuvieron de novios por un tiempo y hasta fueron a vivir juntos en el apartamento antiguo que ella había heredado en Recoleta. Después de 6 años juntos, la discusión acerca de tener o no tener hijos resultó insoportable para la relación. Magdalena sintió que no faltaba mucho para que Pablo se fuera. Entonces buscó a sus más extraños contactos y logró conocer a un matador por encargo. Un martes a las once de la noche, luego que Pablo bajó del colectivo en la avenida Las Heras, lo siguió por unas cuadras y simuló un asalto. Mató a Pablo con dos disparos en el pecho y uno más en la cabeza. Con eso de la violencia urbana que siempre dicen crece tanto, ¿quién iba a sospechar de Magdalena?
Luego conoció a su vecino Juan Carlos Moreno, que se había mudado para el piso bajo el suyo. Era un arquitecto guapísimo de 36 anos. Después de 2 años juntos, viviendo así de próximos, Magdalena no tardó en enterarse de que él tenía una amante. Pero ni le hizo caso. Un miércoles ella se fue a dormir a casa de Juan Carlos, que saldría temprano para un viaje de trabajo. Iba a manejar hasta Santa Fe. La afectuosa novia se despertó junto con él y le preparó el desayuno mientras él se duchaba. Puso veneno en el café con leche cuyo efecto Juan Carlos sintió sólo algunas horas después - o sea, demasiado tarde. Aguantó el malestar hasta que no logró más conducir el coche y lo chocó contra un camión. Él murió al instante, pero el camionero se salvó.
Pocos años después, Magdalena había adquirido la costumbre de salir todos los viernes a cenar y al cine. La misma costumbre tenía el viudo Oscar de la Vega, pues los viernes la niñera se quedaba con sus dos hijitas por la noche. De tanto frecuentar los mismos sitios, terminaron por compartir mesas de restaurantes y butacas lado a lado en los cines. A Magdalena le encantó conocer a las hijas de Oscar, y no llevó más de un año para que fuera a vivir con ellos en su linda casa con jardín en San Isidro.
Así se quedaron por muchos años, pero es cierto que ninguna felicidad dura por todo siempre. Él fue quien empezó a hablar en divorcio. Por un tiempo, ella intentó arreglar las cosas, pero desistió cuándo la hija más joven cumplió 18 años. El momento decisivo ocurrió un sábado, en una noche de insomnio de Magdalena, mientras el marido asmático yacía roncando a su lado. Las chicas habían salido, y ella se lanzó por encima de Oscar con la almohada sobre su rostro, resistiendo hasta que él dejó de debatirse y de respirar. Exhausta, durmió hasta las dos de la tarde, y bajó con lágrimas oportunas a contar a las chicas que su padre había fallecido.
De esa vez, por sospechas del médico legista y por la herencia en juego, Magdalena Sánchez fue descubierta. Se entregó a la policía, qué remedio, y les pidió perdón a las que ya consideraba sus hijas. Su explicación justificó la investigación de las muertes anteriores, por las cuales también fue juzgada, saliendo en red nacional. Fue condenada en enero de 2011 y hasta hoy se encuentra en la cárcel de Los Hornos, donde no va a tener más novios ni ex novios.
Lo que se dio a conocer preocupó a Alejandro García, que buscó a la psicóloga forense que acompañaba el proceso judicial. “No se preocupe, el señor no está en peligro, y no lo digo sólo porque Magdalena está arrestada. Podemos decir que ella es una asesina preventiva: mata para evitar el caos pos-separación. Con usted, supongo que lo haya sentido todo pero lo superó hace mucho. No se ofenda, es que ella no le quiere más, y solamente los que amaba podrían hacerla sufrir tanto a punto de que pensara que mejor muertos”.

(Libre contribución mía para el libro “Mujeres Asesinas” de la periodista argentina Marisa Grinstein.)

Um comentário:

  1. mas eu no manejo muy bien el idioma mais no descarto nunca el entendimiento.
    Buena historia

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